Hay amigos, mis amigos, que saben que
me gusta la novela negra y, si hablamos de Jo
Nesbø el nivel sube bastante; así que gracias Mari Carmen, Alfonso, Jesús,
gracias porque he disfrutado desde la primera página. Dicho así parece un poco
sádico pero es lo que ha ocurrido. Mi mente se puso en marcha para ver quién
podría ser ese narrador protagonista que en 2022 se acerca por Minneapolis en
busca de documentación sobre el caso de Tomas Gomez, un hombre enigmático que
en 2016 protagoniza una serie de asesinatos mientras la policía, homicidios y
el propio FBI van tras él. También Bob Oz, un detective policial suspendido por
no poder controlar la ira, investigará, con ayuda de algún compañero, el
paradero del asesino. Pero sobre todo, para dar con él deberá entender por qué
lo hace. Casi toda la historia sucede en octubre de 2016, cuando un narrador en
primera persona va contando los hechos desde que dispara a Dante, uno de los
jefes de la mafia de Jordan, sin importarle que lo hayan visto por las cámaras
de una tienda de animales a la que se dirige después, «El coche pasó, supe que me habían visto. Del mismo modo que sabía que
me habían captado las cámaras de vigilancia […] y sabía una cosa más. Sabía que
estaba muerto».
Después, el narrador en primera
persona, Tomas Gomez, va alternando los capítulos con otro narrador en tercera,
que va contando los hechos según suceden, de esta forma las causas de Gomez
adquieren otro punto de vista más objetivo.
Pero no nos engañemos, Nesbø es un
maestro para darle mil vueltas al asunto, de manera que lo que creíamos haber
entendido es justo lo contrario, o al revés. Nada es lo que parece, puede que
sí, así que lo mejor es dejarse llevar por una narración sencilla que, debido a
los diálogos sugerentes, a los capítulos cortos y a la acumulación de figuras
literarias consigue complicar cada situación; de pronto encontramos en un mismo
párrafo antítesis sugeridas, comparaciones necrofílicas, pleonasmos evidentes,
hipérboles y sinestesias. Todo a la vez. El amor y la muerte planean
constantemente en la novela de manera intensa, expresiva. Hay muertes en Minnesota
pero la escritura está viva y entra en el lector produciendo no solo un efecto
estético sino adictivo. Queremos más, «Al
entrar sonó una campanilla sobre la puerta, pero, cuando paró y la puerta se
cerró a su espalda, se dio cuenta del silencio que reinaba. Era más silencioso
que la ausencia de sonidos. Silencioso como una tumba, pensó, y observó los
cadáveres callados de los animales».
El autor mantiene un ritmo rápido,
dotado de cierta tensión que, indudablemente va en aumento y hace que los
lectores no podamos dejar el libro. Porque todo lo que parecía inexplicable
tiene su explicación. No hay superhéroes en Minnesota,
si acaso supervillanos y personas dolidas a las que les ha sido arrebatado todo
y son capaces de todo. ¿Hasta dónde llega nuestro afán de venganza? ¿Es
necesario infligir un escarmiento para quedarnos en paz?
Es verdad que soy una apasionada de Jo
Nesbø, pero Minnesota no da tregua.
Tampoco Bob Oz, ese detective descendiente de noruegos «Piel blanca de la que nunca se broncea, solo se quema. Cabello
pelirrojo denso y rebelde», que, desde que se quedó solo, cura su dolor con
sexo y alcohol. En Minnesota importa
la trama, por supuesto; importa el estilo, del que podemos destacar el humor
negro con el que, aprovechando incluso la muerte, sabe sacar una sonrisa del
lector, «Bob se volvió incrédulo al
canario, que seguía igual de inmóvil y rígido en su palo. Ahora veía el altavoz
microscópico que había bajo el columpio». Destacamos también el humor
sarcástico, del que se vale para realizar alguna que otra crítica social: «—Se echó a reír—. Creo que fui yo quien dio
marcha atrás. Creía en los ovnis y era terraplanista. Esa combinación se me
hizo un pelín demasiado rara». Y por supuesto, la ironía que, en boca de
los pobres, resulta desoladora «…que ni
tenemos suerte suficiente para hacernos ricos ni estamos lo suficientemente mal
para vivir de las ayudas. Dice que va a votar a Donald Trump».
Pero lo que más llama la atención es
cómo el autor se hunde en sus personajes para sacar hasta el más mínimo rasgo
de su personalidad. Conocemos a Bob Oz y empatizamos con él, llegamos a
quererlo. También a Alice, a Liza y Mike. Son personas que han sufrido y
anestesian su dolor como mejor saben en un espacio adverso reservado, sin duda,
para la gente pobre, en su mayoría inmigrantes, desechos de una sociedad que no
los protege. El problema de la inmigración es evidente y la denuncia hacia la
sociedad también «El vietnamita que
regentaba la licorería en la que compraba Bob explicaba que, cuando has
sobrevivido a una travesía marítima en bote huyes del agua salada lo que te
queda de vida».
Y si hay alguna denuncia explícita es
a la tenencia de armas por personas que no tienen licencia, no están
capacitadas o sí. Da igual, cualquiera puede adquirir una pistola o un fusil y,
a quien lleva un arma en su poder solo puede convencérselo de que no la use,
usando otra arma. A las muertes por tiroteos hay que sumar las de tráfico de
drogas. Es una rueda, vender una da para comprar otra.
La novela puede que tenga menos carga
emocional que las del detective Hole pero yo la he disfrutado igual. La tensión
va en aumento; los personajes son creíbles de tan descabellados y el argumento
no puede ser más actual. Una sociedad que establece la violencia como solución
a cualquier obstáculo es algo que estamos viendo no solo en EE.UU., también
nuestro país va camino de ello. Minnesota
expone uno de los problemas más inmediatos sin querer educarnos, no pretende
convencer a nadie, solo expone las causas y las consecuencias. Pero es muy duro
comprobar el estado mental de la sociedad actual.
Las ruinas a las que ha llegado el país al que todos aspiraban a imitar se están expandiendo por el mundo. El peligro es que destroza a todo lo que lo rodea. Leer Minnesota es replantearse la moral aunque Jo Nesbø mantenga la esperanza en el ser humano (al menos en alguno).




















